(Enviado al e-mail)
Una vez oí a un viejo anarquista que vivió la revolución y
la guerra que con la sabiduría que otorga la experiencia y media sonrisa en la
cara decía “...a los anarquistas lo que más
nos gusta es discutir...” y no andaba falto de razón. Sabidas son
las mil y una discrepancias dentro del movimiento: cenetistas vs. cegetistas,
anarcosindicalistas vs. insurreccionalistas, pero va más allá aún, dentro de
cada ideología, de cada grupo, de cada familia afloran las discrepancias y
estallan los debates con pasión, porque además de ganas de discutir otra cosa
que solemos tener los anarquistas es una gran
pasión por lo que creemos, y esa pasión nos inunda en cada paso que
damos, en cada decisión que tomamos, en cada riesgo que asumimos. Esta
“riqueza” que da la variedad de opiniones es consecuencia del rechazo a que
nadie te diga lo que debes pensar o lo que debes hacer, el rechazo a los
dirigentes que marquen una linea política a seguir, la razón de ser de la importancia
y la responsabilidad individual frente a la sumisión a un líder, a un programa,
a un partido, etc. Seguramente no tomaremos el palacio de invierno pero aquello
que hagamos, las decisiones que tomemos serán consecuencia de un análisis
personal que cada uno de nosotros asumirá individualmente.
La afinidad en
nuestros grupos es algo fundamental, la libre asociación hace que esa afinidad
sea el aglutinante del grupo, es más, esa afinidad además de política se hace
necesariamente personal siendo la honestidad y
la honradez con los compañeros los cimientos sobre los cuales sustentar
cualquier proyecto político posterior.
Hasta aquí todo esto se da más o menos con naturalidad en
condiciones normales. Cuando la represión
se lanza sobre nosotros todo esto se convierte en un hervidero de pasiones, de
miedos, de adrenalina desbocada, de nervios... La represión es un mal trago al
que nunca nos acostumbraremos, más aún cuanto más de cerca toca. Es en esos
momentos cuando toda esa pasión que llevamos en nuestras discusiones se desboca
y llega a convertirse en un problema. Tesalónica, Milán, Turín, son ejemplos de
como la represión ahonda en las discrepancias, estallan viejos rencores y
viejas rencillas y acaban desencadenando una espiral de ataques y vendettas auto-destructivas
totalmente inútiles y descorazonadoras para el resto de grupos e
individualidades afines que lo observan en la distancia. La delgada linea que
separa la discrepancia política o metodológica del ataque personal no debería
nunca ser traspasada,menos aún en momentos de ataques represivos por parte del
sistema, esta debería ser una máxima grabada a fuego entre compañeros. Aislar a
un compañero herido y secuestrado por las garras del capital es bastante
contrario al ideal de solidaridad y apoyo mutuo
en el que firmemente creemos creer.
Cuando el sistema se está cebando a muerte con un compañero
no es el mejor momento para aflorar viejas rencillas y atacarle con reproches
sobre viejas cuestiones, más bien es mezquino y cruel. Cuando la represión se
ceba con compañeros comprometidos que,
discrepancias, cabreos, discusiones y enfrentamientos verbales varios a parte
han demostrado su implicación, valentía, compromiso y dedicación de manera
sobrada, la solidaridad ha de ser indiscutible.
De acuerdo que la solidaridad no debe conllevar una actitud acrítica, las
diferencias políticas, ideológicas y metodológicas son aceptables y necesarias,
pero la solidaridad debe estar por encima
de la discrepancia cuando la dificultad del momento represivo lo requiere. Es
tan fácil como: “no comparto tus métodos, tu enfoque del enfrentamiento, tu
metodología pero cuenta con mi apoyo y solidaridad ahora que la maquinaria
coercitiva y aniquiladora del sistema se está cebando contigo”.La solidaridad
entre ácratas no debería ser tan sólo palabra escrita.
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