sábado, julio 20, 2013

LA EPIDEMIA TERRORISTA


En Francia, entre 1892 y 1894 se dio una verdadera epidemia terrorista. Las venganzas fueron llevadas a cabo por osados anarquistas contra la clase alta en un periodo de oscuridad, en el periodo venido luego de la derrota de la comuna de París.
En Francia campeaban aún los fusilamientos a revolucionarios, las encarcelaciones y el destierro.

Vanamente los antiautoritarios buscaban reagruparse pero los golpes de la represión habían sido y eran demasiado duros.

Así, de las cenizas surgieron gritos de revancha, la acción insurreccional intentada hasta el cansancio por Bakunin seguía siendo la ventana a todas las libertades.

Los medios ilegales eran, seguían siendo, la herramienta de los oprimidos. El camino legal, el parlamentarismo, era el camino de aquellos que con su indignidad aprontaban las nalgas a nuevas sillas y privilegios.

La libertad, la indomable libertad se alzaba nuevamente orgullosa y desesperada.
Un arma se presentaba como una posibilidad salvadora, una niveladora que pondría a los oprimidos al nivel de las fuerzas estatales y que quebraría el miedo impuesto luego de la derrota de la comuna y la feroz campaña represiva subsiguiente.
                                                                                                                                             
Esa arma era la ciencia, la ciencia pondría en manos de los explotados la dinamita vindicadora.
Los congresos anarquistas recomendaban a los individuos y organizaciones de la Asociación Internacional de Trabajadores el "conceder gran importancia al estudio y aplicaciones de estas ciencias como medio de defensa y ataque".
Los anarquistas comenzaron una real campaña de terror a los burgueses y policías sin precedentes.

¿Cuánta simpatía obtuvieron en el resto de la población? Esto es relativo, condenas y apoyo pueden rastrearse en las cenizas del tiempo. Ravachol tuvo canciones que perduran hasta nuestros días, sus retratos se encontraban entre el pobrerío parisino y no tardó mucho tiempo para que estos ajusticiadores anárquicos fueran llamados "mártires del pueblo".

Esta campaña y credo en la dinamita como llamador al gran mediodía, este llamado a veces desesperado a la insurrección y al orgullo individual creció fulgurosamente hasta apagarse lentamente cuando la represión en sus ataques indiscriminados se fue generalizando. El llamado "proceso de los treinta", proceso que intentaba encarcelar a los anarquistas más influyentes como culpables morales de las bombas es marcado como el principio del final de la táctica de la dinamita.

Esos años de sangre quedaron marcados en la historia a fuego y pólvora, pero no fue el único periodo ni el último del uso de la dinamita para aterrorizar a los opresores.

Europa y América saben bien que la furia anárquica ha tomado y toma distintas armas pero vuelve siempre en la carne de los oprimidos de cualquier parte.

Los tiranicidas anárquicos, por ejemplo, son, han sido, la síntesis más hermosa de bondad, arrojo y amor a la libertad que ha dado la raza humana.

Gente como Santo Caserio, Caetano Bresci, Dora Kaplan o Simón Radowitzky, entre otros muchísimos son el arquetipo de anarquista que arriesgando su propia vida para vengar y detener al tirano, van contra él y dan el ejemplo de dignidad y valor tan carentes a veces; explotadores, presidentes, reyes y militares cayeron bajo la mano anárquica.

El primer hecho que marca esta ofensiva fue el llamado "Affaire Clichy".
El primero de mayo de 1891 se había dado un enfrentamiento entre anarquistas y policías cuando los primeros regresaban de una manifestación.

Los anarquistas y los policías estaban armados, arrestados finalmente estos, recibieron una brutal paliza.

En la defensa, escrita por Sebastián Faure, donde uno de los anarquistas admite haber disparado contra los policías, se puede leer:

"Culpables seriamos si, despertando en nuestros compañeros de miseria el sentimiento de la dignidad, nosotros mismos nos burláramos de él. Criminales, ¡oh sí!, bien criminales seríamos, si llamando a los hombres a la revuelta, nos inclináramos ante las amenazas y nos sometiéramos a los órdenes terminantes de los representantes de la autoridad.

Cobardes, los últimos de los cobardes seríamos si, elevando el espíritu de nuestros compañeros de lucha y excitándoles a la valentía, nosotros no defendiéramos nuestra vida y nuestra libertad cuando están en peligro. He ahí el por qué de lo que yo he hecho, de lo que nosotros hemos hecho (mis amigos, lo sé, piensan como yo), teníamos que hacerlo, así pues, nosotros no nos arrepentiremos.

Si ustedes me condenan, mis convicciones permanecerán inquebrantables. Habrá un anarquista más en prisión, pero cien más en la calle".

Prontamente no se dejó que estas palabras quedaran en letra muerta.

El primero en vengar a los compañeros de Clichy fue Ravachol.

Sus bombas encendieron la mecha y la epidemia se propagó rápidamente.

Los agentes del orden comenzarían a temer por su seguridad si habían intervenido en arrestos a anarquistas. Así, un magistrado de Saint-Etienne debió huir para no tener que juzgar al propio Ravachol. Cada condena o ejecución, además, parecía encender otra mecha. El ministro de Serbia en París fue apuñalado por el zapatero Leauther, que había dichoapuñalaría al primer burgués que se le atravesara.

Más tarde, Vaillant lanzó una bomba a la cámara de diputados.

Padre tierno que solo intentaba llamar la atención sobre el hambre y la desigualdad que
sufría.
Su personalidad no encajaba para nada en la idea que hacía la prensa de esos anárquicos desalmados.

Inmediatamente se crearon leyes específicas en contra de los anarquistas, como se conocerían también más tarde en el Río de la Plata.

Una semana después de la ejecución de Vaillant, Émile Henry lanzó una bomba al café Terminus, la venganza contra toda la clase privilegiada estaba cumplida.

Después, un anarquista belga moría mientras llevaba una bomba a la iglesia de Madelaine.

Las bombas anárquicas se sucedían una tras otra y hasta la gente común comenzó a aprovechar la situación para intentar aterrorizar a sus patrones o caseros.

El 24 de Junio de 1894, el italiano Santo Caserio apuñaló al presidente de la República Francesa, Sadi Carnot, éste había rechazado la petición de gracia para Vaillant.

Al día siguiente la viuda del presidente recibió una fotografía de Ravachol que decía "¡él está vengado!"

La dinamita individual iría de a poco extinguiéndose y el anarquismo tomaría otra fuerza, haciendo propaganda y calando en los sindicatos.

Aquellos que estaban en contra y los que sin condenar las acciones proponían cambiar el rumbo de las mismas, comenzaron a influir más, aunque la acción individual anarquista jamás cesó del todo.

Los textos que presentamos recogen las declaraciones de Ravachol y la de Émile Henry. El primero se convirtió en un símbolo, con su personalidad bondadosa y su valor, el segundo agudizó la polémica más que sobre el uso de la dinamita, el criterio de ciertas acciones violentas.

El primero se inmortalizó casi como un santo entre los rebeldes de su época, el segundo para muchos, como demonio. Igual, no queremos mostrar las dos caras de nada, sino dos textos que hablan y se explican por sí solos.


LA EPIDEMIA TERRORISTA





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