recibimos y publicamos
Como al
parecer el adagio es ineludible más vale toparse con él de entrada:
"traduttore traditore". Como tal sentencia, cruda, sin matices. Sin
embargo sabemos que hay traducciones excelentes pese a esa
"traición". Aspirar a la excelencia no está descartado (otra cosa es
conseguirla), pero por el camino sí tenemos más a mano lograr buenas
traducciones, esto es, que como mínimo sean respetuosas. A continuación se
enumeran los errores más comunes que solemos cometer. Es una sarta de
obviedades, pero viendo lo que se ve por ahí no está de más recordarlas.
Algunos de los puntos se entrelazan entre ellos o se subsiguen, téngase esto en
cuenta.
Inconsciencia
Por algún
motivo, por ejemplo ascendencia familiar, un contacto más o menos continuado
con la lengua de la que traducimos, que ésta nos parezca fácil, que sea latina,
etc. nos vemos capaces de interpretarla así, a pecho descubierto, sin
diccionarios ni hostias, o echándoles un vistazo y de reojo, que para suplir
carencias ya está la imaginación. Y así pasa lo que pasa, que en el mejor de
los casos los fallos son pocos pero a veces ridículos o, en el peor, que el
texto acaba todo él en esperpento.
Prisas
La urgencia
por difundir da por automáticamente bueno cualquier traspaso de idioma, sin ni
siquiera pararse a comprobar o, aun siendo conscientes de las deficiencias, no
corrigiéndolas. La solución es bien sencilla, en vez de malograr el mensaje
original por ir apurados podemos recurrir a hacer un resumen, o a traducir bien
algún párrafo o frases llamativas y luego, con el tiempo que sea necesario,
presentar el escrito entero de forma respetuosa. Perdonad esta insistencia en
el respeto, pero es que es esencial.
Tomarse demasiadas confianzas
Esto está
bastante extendido entre quienes traducimos al español ibérico. Ahí están esos
pases de una redacción digamos que estándar en el original a argot porque sí,
porque somos así de chulas y chulos. El policía pasa a pasma, la pistola a
pipa, etc. Luego, si además el/la/s compañer@s ha/n cometido el craso error de, por los
motivos que sea, no especificar masculin@ y femenin@ en su texto, ahí estamosnosotr@s para llevarl@/s por
el buen camino, al menos en castellano. Pero la cosa no queda en lo
supuestamente políticamente correcto, es que además están las filias y fobias
personales del propio traductor, convertido en coautor minador.
Inseguridad
Se nota cuando
en la traslación se ha conservado intacta una cantidad de palabras o
expresiones de la lengua original. Casi siempre síntoma de no conocer lo
suficiente el propio idioma al que traducimos. Uno de los placeres de traducir
es precisamente ése: profundizar en el conocimiento de la lengua a la que pasas
el texto (habitualmente la materna), no sólo en la del original. Para rematar
la manía de dejar tanto sin tocar ahí están esos tremendos pies de página para
explicar qué matices no encontramos, minitratados sobre idiosincrasias
culturales (y además no siempre acertados)... en fin, nada que facilite una
lectura fluida.
Malos pertrechos
Cuando ha
salido el tema más de uno/a coincidimos en que un buen equipo para afrontar una
traducción consiste en diccionarios de definiciones de la lengua original,
otros de la lengua a que se traduce, de equivalencias idiomáticas, de
sinónimos, en su caso compedio de conjugaciones verbales, enciclopedias en
ambos idiomas. Que sea buen material es lo importante, que venga en papel o en
pantalla será cosa de generaciones, costumbres, posibilidades, pero que sea de
calidad. De todas formas aunque los diccionarios sean básicos no deben matar el
margen imprescindible de flexibilidad. A modo de divertimento va un post
scríptum con ejemplos de la falibilidad de los señores y señoras académicos de
la RAE.
Para acabar
volvemos a la cuestión del respeto. Si no lo tenemos convertimos la voz oída en
una cacofonía. En una discusión pueden darse adhesiones o reproches a cosas que
ni se han dicho, que son mera indolencia del intermediario. Esto vale para
todo, hasta para nimiedades, pero se hace especialmente grave en los aportes a
la lucha. Resulta descorazonador ver la facilidad con que se tergiversa lo
expresado por unas compañeras y unos compañeros que, acuerdos y desacuerdos al
margen, se la juegan o están pagando en clandestinidad, el cementerio o la
cárcel su opción de vida revuelta y revolucionaria. A más inri, si nada lo
remedia, esa mala interpretación de sus palabras puede quedar como referente
válido durante decenios.
Edu Za
Ausencias. En la vigésima segunda
edición del diccionario de la Real Academia Española pueden ahorrarse buscar
estas entradas:
-brigadista
-cheddite, tanto en italiano como en
francés, y probablemente en otras lenguas, el Larousse da como equivalencia en
español chedita, pero para la RAE ni "chedita" ni cedita,
gedita, jedita, kadita, kedita, xedita, y quedito sí pero quedita no.
-cloratita,
en algunos ambientes familiares también conocida como tita Clora. Que haya sido
uno de los explosivos artesanales más usados en las últimas décadas en el
Estado español no es por lo visto mérito suficiente para el señor o señora Ce
Minúscula.
-migala. Se podría pensar que siendo el bichillo conocido por el Imperio desde
hace más de 500 años y por los autóctonos americanos desde un tiempecillo
atrás, tendría ganada su presencia en el diccionario. Pues no, o puede que
quien lleve el timón de la "m" padezca aracnofobia, o cortázarfobia
("Historia con migalas"), o arreolafobia ("la migala"),
o...
-némesis
-tampoco están moloc (o moloch) ni kraken,
pero para esto quizá sí tengan coartada, o no.
-y por último los GRAPO,
que sí figuran pero... Es cierto que los últimos años de la organización no han
sido precisamente su mejor época, pero eso no es motivo para pasarlos
al singular y cambiarles la "R" de "Resistencia" a
"Revolucionario".
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