Nací a las
nueve de la noche, un día domingo de cuarto creciente en Punta Parra, en una
casita junto al mar que habían reconstruido mi mamá y papá cuatro meses antes,
y que eligieron para que fuese el lugar de mi bienvenida. Ese día llegó y
habían varios amigos y amigas esperándome, todo resultó como esperábamos.
Intenso, pero feliz.
Esa noche
dormí junto a mi papa y mamá en la más absoluta tranquilidad, pero esa paz no
duró mucho. A la noche siguiente llegaron los papás de mi mamá junto a dos
yutas y muchos pacos a llevarnos a la fuerza al hospital ya que mi abuelo, que
era un marino, les dio la orden a los pacos que tenían grados menores que él…
Me secuestraron por orden de una jueza y me tuvieron cuatro días en ese lugar
frio y lleno de gente enferma. La orden decía que debía permanecer ahí, hasta
que fuera inscrito en el registro civil, obligándome a formar parte de esta
mierda de estado chileno. Me convertí en un número para ellos. Pero eso no les
bastó, la persecución siguió con el fin de obligarme a introducirme Timerosal,
Etilmercurio, Aluminio y un montón de otras mierdas innecesarias y tóxicas para
mi cuerpo llamadas “Plan Nacional de Inmunización”, o vacunas del estado,
obligatorias para la gente pobre, pero con alternativas sin mercurio en
clínicas para los burguesitos.
Esta
persecución en contra mía se intensificó, mi mamá y papá estuvieron alrededor
de 8 meses en juicios para defender nuestra postura, con argumentos sólidos, al
contrario de la fiscalía que demostró total ignorancia en el tema, solo
apelando al cumplimiento y sometimiento de lo establecido. Sin importar esto y
apegada a su moral fascista, la jueza sentenció la obligación: vacunarme con
uso de la fuerza pública si nos negábamos.
Nos fuimos de
nuestra casa, y a los dos días llegó la PDI con orden de llevarme y de allanar
la casa si no estábamos, y así fue, irrumpieron violentamente en nuestra casa y
de nuestros vecinos que no tenían nada que ver con este asunto. Nosotrxs nos
habíamos ido a un lugar cercano y tranquilo con la confianza de que no nos
encontrarían, pero ocurrió algo inesperado: mi mama recibió un llamado de una
prima de lejos diciéndole que llegaba al otro día a Conce y que se juntaran en
el terminal… mi mamá y yo fuimos a recibir a su prima querida pero cuando
llegamos al terminal no estaba ninguna prima, sino la PDI esperándola con una
foto de nosotrxs. Entre cinco asquerosos ratis me separaron de mi madre,
secuestrándome y llevándome a una cárcel llamada Hogar de Menores “Arrullo”,
donde me llenaron de relleno, me dieron químicos y no me dejaban ver a mi mamá
y papá.
Estuve una
semana y media llorando, esperando salir de ahí, a mis papás les habían dicho
que después del juicio podíamos estar juntos. Nada más falso. La jueza
sentencio que debía permanecer por tres semanas más hasta una nueva audiencia
donde se decidiría si yo volvía con mi papá y mamá o con mis abuelxs, que se
habían coludido con la policía y el tribunal. Permanecí unos días más en los
cuales siguieron con la misma rutina de mierda, y además me enfermé,
lógicamente por el contacto con los demás niños enfermos del “hogar”, además de
la presión psicológica que significaba estar alejado de mis padres.
Entonces ya
no se podía esperar más y el 14 de febrero al medio día y en sus propias narices
fui rescatado y me fugué en busca de mi única alternativa que me permitiera ser
libre: la clandestinidad. Pero con la certeza que esto no termina acá. Seguirán
buscándome, habrán muchas batallas, hay muchxs niñxs que se fugarán de sus
cárceles o que serán rescatadxs.
Yo por mi
parte nací libre y nada impedirá que lo siga siendo.
Fenix Lafken, 6 meses de edad.
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