En el Estado
español se está en aras de una nueva reforma del Código Penal. En vista de que
le ven las orejas al lobo vuelven a endurecerlo, aunque lo han hecho en el
pasado sin haber necesitado ningún conflicto social de excusa.Ahora, como
siempre, las penas se adaptan a las mutaciones de la expresión de rebeldía. Se
preparan nuevas penas por encapucharse (con aumento de la gravedad si es alguna
autoridad o sus agentes, que van intentando ampliar legalmente en los últimos
años incluyendo a profesorxs, médicxs y enfermerxs, vigilantes del transporte
público, etc), nuevos mecanismos para mantener en prisión a la gente
‘peligrosa’ (aumentando los supuestos legales para la cadena perpetua
encubierta), aumento de penas por resistencia pasiva equiparándola a la activa,
aumento de supuestos de integración a organización criminal o tipificar como
delito la convocatoria virtual de manifestaciones que acaben con disturbios,
entre otras.
Mi posición
es clara. La ley es el instrumento del poder y siempre obedece a los intereses
del capital y el ente estatal. Cuando las consecuencias de su política y su
economía son difícilmente controlables y el riesgo del desbordamiento social es
mayor ellos mismos se saltan sus propias leyes y aplican leyes de
emergencia/excepción. La web de delación abierta en Catalunya o la creación de
ficheros con datos personales de aquellxs que ejercen o utilizan la
prostitución, son dos ejemplos de muy probable inconstitucionalidad. El
objetivo es el que fije su ideología, y la imposición es siempre violenta.
A mi modo de
ver la masa social sirve de excusa para el Estado. Le dota de legitimidad. Una
legitimidad construida mediante un adoctrinamiento suministrado desde que
nacemos. No es posible hablar de gente libre en este contexto. La escuela, la
fábrica, la oficina, los centros comerciales, el cine, la cultura, la prensa,
el ambulatorio, el centro de servicios sociales, etc. Una realidad y unas
relaciones configuradas a la medida del capital. Así, no es extraño oír en las
conversaciones que la gente vitoree el aumento de penas de prisión (cuando no
piden a gritos penas de muerte) o la necesidad de incrementar todo tipo de
control, no siendo conscientes habitualmente de que están estrechando cada vez
más el margen de libertades por el que luego se quejarán airadamente.
Ante este
panorama, ¿cómo respetar ninguna ley del Estado en el camino hacia la libertad?
No es factible plegarse a las iniciativas de la masa, tantas veces parciales y
reaccionarias. Buena parte de las movilizaciones ciudadanas siguen pidiendo más
Estado sin reparar en las contradicciones que implica. ¿Qué se supone que
debemos hacer? ¿Seguir explicando nuestra visión hasta que iluminemos a lxs
ofuscadxs? No sería mala cosa recordar que no es la iluminación de la
conciencia lo que modifica nuestra práctica, sino más bien la propagación de
haceres que cuestionen nuestras prácticas habituales, generando así nuevas
perspectivas y nuevas prácticas.
La praxis,
reflexionada, vale más que 100 escritos que intenten convencer de lo bueno de
la anarquía. El ataque al Estado, al capital, a sus representantes y a sus
encubridorxs debe seguir más que nunca. Algunxs así lo han hecho sin
retractarse de sus posiciones. Y eso es una cosa que el poder no perdona. La
enésima operación represiva, revestida con todo el aire de legitimidad de que
son capaces mediante su propaganda mediática, su miedo introyectado a la
ciudadanía (incluidxs a esxs anarquistas que han estado ‘disociándose’ días
atrás), sus grandes palabras de especialistas, su policía y su justicia justas
e imparciales, es una muestra de lo que reservan a lxs que no ceden en la
búsqueda de la libertad sin concesiones. De nuevo vuelven a delirar con unas
jerarquías que existen sólo en sus mentes, incapaces de entender lo que
significa vivir sin ellas. Vuelven otra vez a lxs que dicen y hacen lo que
creen y desean sin depender de lo socialmente aceptado como moralmente correcto
o de lo legalmente instituido por el poder. A lxs que actúan en íntima relación
con su propio ser.
La táctica
del poder es el miedo. Su objetivo, impedir la extensión de la anarquía. Y esa
táctica funciona en buena medida, a pesar de las consignas de ‘ya no os tenemos
miedo’. Con frecuencia las luchas no se llevan a más por miedo a las
represalias económicas y jurídicas. ¿Comprensible? Sí. Pero, criticar a lxs que
sí lo hacen, por el hecho de hacerlo pero con otras excusas, es ser cobarde.
Nos muestran un camino, plagado de dificultades y consecuencias (¿qué
decisiones no las tienen?). Las razones para que ese camino sea armado o no,
son discutibles, pero no en base a la moral de una sociedad alienada. Nadie
dice que deba ser el camino exclusivo elegido en la confrontación con el
Estado, pero hay que decir que sin confrontación real, vamos a seguir tragando
todas las imposiciones del Capital/Estado.
En este
sentido, la crítica de las acciones directas violentas no puede partir de
entrar en el juego del poder que como anarquistas rechazamos. Reproducir la
imagen cristiana-humanitaria de buenxs contra malvadxs, rechazar la acción por
no considerarse el momento estratégico (sin valorar lo que de empoderamiento
conlleva a nivel personal y colectivo) o rechazar la acción meramente por el
medio empleado (no es el medio empleado, sino el modo en que se emplea lo que
nos importa), son algunas posturas que luego conducen a lo que hemos ido viendo
estos días atrás en Italia y que finalmente han desembocado en la represión que
hoy ya conocemos.
Ejerceremos
nuestra solidaridad en todas las formas que podamos. Desde el enfrentamiento
directo con lxs señaladoxrs y disociadxs hasta la práctica insurrecta en la
calle, desde la desobediencia de las leyes hasta el ataque directo a quien nos
coaccione e intimide con su ideología.
Un amotinado en el barco a la deriva
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