Contra el mundo que nos han impuesto
El secuestro de nuestrxs compañeros y compañeras, el pasado 14 de agosto, sólo sorprendió al ciudadano promedio y a la señora juanita, quienes atentos, frente al televisor, se tragaron todo lo que los noticieros les dijeron que tragaran, armando un espectáculo que no dejara cabos sueltos ni cuestionamientos que resolver. Y es que, aún cuando ningunx de lxs detenidxs ese día esperaba ser despertado con un arma en su cabeza o siéndole allanada la casa en que vivía, podría sorprenderse de que el estado les persiga. En un mundo en donde sólo un poder es ejercido e impuesto por unos pocos (ese poder que no implica capacidades físicas, como la fuerza, sino, aquel que se consensua mediante tratos económicos y leyes benefactoras de ricos), cualquiera que busque vivir fuera de él será sentenciado a ser perseguido y capturado.
Cuando tu palabra les molesta tanto, se ven en la obligación de hacerte callar. Dudo que les sea placentero hacerlo (aún cuando de seguro las fuerzas policiales gustan de la violencia), es decir, tener que lidiar con personas que se oponen a sus ideas capitalistas, no ha de ser para ellos un asunto de placer, sino, un hastío. Lo que desearían, sería que estuviéramos muertos (o matarnos si pudieran); que como arte de magia, chistaran los dedos y desapareciéramos, dejándoles “vivir en paz”, para no tener que superar obstáculos que les impidan explotar aquello por lo que pagan para explotar. La tierra y todo animal habitante de ella, sin dejar de incluirnos, serán explotados mientras no existan quienes lo impidan y hagan algo para que eso termine.
Durante años, hemos participado de la guerra del poder contra quienes se revelan. Han establecido leyes contra ellxs, han impuesto condenas, han dictaminado ejecuciones y las han llegado a cabo, han encarcelado y secuestrado, han inventado causas para declararles culpables o han impedido que se les defienda. Durante años ha sido el poder contra nosotrxs y nosotrxs contra el poder, en todas las formas que nos son posibles. Compañerxs han muerto o han sido asesinadxs, han cumplido grandes condenas o morirán tras las rejas mientras otrxs emprenden una partida sin principio ni final. No hay duda de que, aún cambiando de escenario, las cosas no dejarán de ser así. Y no es un pensamiento pesimista (pues esto no se enmarca en optimismo o pesimismo), si no un pensamiento aferrado a la realidad que escogemos a diario, en donde hay quienes tienen las de ganar y otrxs quienes deben perder. La ley nunca estará de nuestro lado, ni buscamos que lo esté; la única ley que nos gusta es la que no existe (si hasta la ley de gravedad molesta a veces), por lo que jamás tendremos que esperar a que venga a socorrernos, por el contrario, la guerra le esta declarada.
Mientras lxs hermanxs mapuches pelean por sus vidas en libertad igual como lo hacen cada mañana al despertar dentro de una celda nuestros y nuestras compañeros y compañeras que continúan en prisión y quienes solidarizamos con ellxs desde afuera en una prisión algo más grande, y mientras deseamos que a Diego y Gabriela les salgan alas, muchos otros hacen todo lo que quieren por mantener en pie el sistema carcelario junto a aquellos que disfrutan llevar su uniforme.
Mientras tú y yo sigamos sintiendo que no hemos hecho demasiado por nuestras propias vidas y la de nuestrxs compañerxs, es porque queda mucho por hacer y porque nunca dejarán de haber cosas por hacer. Sentir que nada ha terminado, que la sangre hierve, porque el amor por lxs tuyxs y por ti mismx nada podrá matarlo, porque el odio se trasforma en rabia y la rabia en pólvora.
Libertad a lxs compañerxs secuestradxs, aquí y en cualquier otro lugar del mundo.
Newen para lxs hermanxs mapuches. A Diego y Gabriela un abrazo y muchas plumas.
A lxs compañerxs que ya no están, nuestra memoria activa insurrecta.
"Cazaría de compas, secuestro de hermanos / No escatiman en castos pa’ enjaularnos.
Quieren vernos derrotados, tras sus rejas aislados / pero no muere el ansía de la Libertad."
(Sonhora de Atakar)
“¿Y yo? ¿Soy inocente? ¡Desde luego que no! Empuñé las armas conscientemente, fiel a las ideas en cuya justicia, en cuya desmesurada justicia, creo. Todo lo demás no fueron sino simples peripecias. El Estado me hizo pagar el precio más elevado por ese compromiso revolucionario, igual que todos mis camaradas, fuere cual fuere la acusación. Ya sabíamos a que nos arriesgábamos. Y lo teníamos asumido. Y no nos sorprendieron las sentencias. Lo que a mí me sorprendieron fueron las hipocresías jurídico-policiacas. Por supuesto que todo vale en la guerra antiterrorista y que las divisiones especiales disfrutaban de ese privilegio hasta extremos ridículo. ¡Ay, si quienes doblan la rodilla ante el sistema pudieran darse cuenta de hasta qué punto les salpica ese ridículo cuando se atreven a hablarnos de derecho y de la ley, de todo cuanto aromatiza su congénita arrogancia, de todo aquello de lo que se jactan en su "narcicista juerga". (…) Los sumarios se fabrican como piezas montadas de pastelería. Un pastelito aquí, otro pastelito allá y un poco de caramelo para que haga de cemento. Un dictamen pericial falso aquí, un precinto judicial amañado allá, y unos cuantos falsos testimonios… esos testigos de la corona que se inventaban recurriendo a amenazas o la necedad de algunos miserables.
Tenía ante mí al Juez, entronizado, con un grueso sumario delante. La secretaría se afilaba las garras. La maquinaria ronroneaba. Estaba programada. No cabía sorpresa alguna. La preguntas estaban ya escritas desde la víspera o desde esa misma mañana, antes que yo llegase. Y con pulsar una sola tecla ya quedaba escrita mi invariable contestación: "me niego a responder a la pregunta". El juez soltaba lo que le tocaba decir. Ni siquiera ponía ya tono interrogativo. Leía y no me miraba. La secretaría, ojo avizor, iba siguiendo en una copia. Llegando al momento y a intervalos regulares daba de lado la lima para dejar caer el dedo acreditado en el cúbito gris del teclado: "me niego a responder a la pregunta". En nuestros sumarios hay 2000 páginas de ésas. Y después nuestro invariable "me niego a responder a la pregunta". Cuatro gendarmes de los cuerpos especiales me rodeaban. El juez les permiso para sentarse. Había otros tantos en el pasillo. La tarde iba avanzando así, con rutina de tarea burocrática. En los tejados de cinc del Palacio de Justicia se reflejaba la postración de las nubes. Suspiré y el juez me dijo:
- ¡Me hago cargo, pero tenemos que terminar este mes!
Lo decía como si dijera cómete la sopa porque si no, no crecerás. Venga, otra cucharada por mamá. ¡Ya queda menos! Y me tenía reservada una cucharada de papel debidamente legalizado.
El jefe del cuerpo antiterrorista entró con su ayudante y una pareja de inspectores recién llegados al cuerpo. Dio la vuelta al escritorio y le dijo algo al oído al juez. Me lanzaba de reojo miradas de Maquiavelo de chica y nabo.
- Pasemos a otra cosa. ¡Comisario, que entre el testigo!
Un hombre de unos sesenta años, con al gorra en mano, dio un paso o dos en al sala y exclamó:
- ¡Es él! ¡Es él! ¡Lo reconozco perfectamente, mide 1,69!
¿Tenía dotes visuales de agrimensor para calcularme la estatura mientras estaba sentado?
- ¡Es él!
- Me doy por enterado. Pero empecemos por el principio.
El juez iba a montar la escenificación jurídica del falso testimonio. Todo el mundo sabía en al mesa de qué iba aquello, la policía, el juez, la secretaría, los gendarmes… ni uno frunció el ceño al ver tamaña prevaricación. Nadie dijo: ¡No, la justicia no es esto! Los estaba observando. Los gendarmes seguían imperturbables en su papel de perros guardianes. El juez se afanaba en hacer creíbles las vituperaciones de aquel miserable. La policía me sonreía y me guiñaba el ojo, como quien acaba de gastar una broma estupenda.
Luego, durante los juicios, las secretarías de la prefectura de policía que perpetran las crónicas de sucesos recogieron la antorcha para la veracidad mediática al testigo de cargo de la acusación. Todo funcionaba divinamente. Ni un rodamiento se trababa. La espléndida maquinaria zumbaba bajo los artesonados encerados. Todo el mundo cumplía con su cometido a la perfección. Ninguno de los amaños del sumario me convierte en culpable; pero tampoco en inocente. En última instancia, me importan un carajo los melindres judiciales. No tienen nada que ver conmigo. No dejan de ser un diálogo tonto de la sociedad o, más bien, el monólogo del poder dominante, el sermón de la antiquísima Propaganda en la barandilla de la sala del juicio.”
-extracto del libro "Odio las mañanas", Jean Marc Rouillan.
Jean-Marc Rouillan es un activista anarquista francés y escritor, miembro fundador del grupo armado Action Directe que fue condenado en 1987 por la justicia francesa a prisión perpetua por su participación en el asesinato del director general de Renault, Georges Besse, y del general René Audran. Activista antifranquista que además durante los años 70’s participó en España en la creación del Movimiento Ibérico de Liberación (MIL) y de los Grupos de Acción Revolucionaria Internacionalista (GARI), organizaciones de agitación armada que formaron parte del movimiento obrero clandestino antifranquista en el área de Barcelona y en el sur de Francia.
El secuestro de nuestrxs compañeros y compañeras, el pasado 14 de agosto, sólo sorprendió al ciudadano promedio y a la señora juanita, quienes atentos, frente al televisor, se tragaron todo lo que los noticieros les dijeron que tragaran, armando un espectáculo que no dejara cabos sueltos ni cuestionamientos que resolver. Y es que, aún cuando ningunx de lxs detenidxs ese día esperaba ser despertado con un arma en su cabeza o siéndole allanada la casa en que vivía, podría sorprenderse de que el estado les persiga. En un mundo en donde sólo un poder es ejercido e impuesto por unos pocos (ese poder que no implica capacidades físicas, como la fuerza, sino, aquel que se consensua mediante tratos económicos y leyes benefactoras de ricos), cualquiera que busque vivir fuera de él será sentenciado a ser perseguido y capturado.
Cuando tu palabra les molesta tanto, se ven en la obligación de hacerte callar. Dudo que les sea placentero hacerlo (aún cuando de seguro las fuerzas policiales gustan de la violencia), es decir, tener que lidiar con personas que se oponen a sus ideas capitalistas, no ha de ser para ellos un asunto de placer, sino, un hastío. Lo que desearían, sería que estuviéramos muertos (o matarnos si pudieran); que como arte de magia, chistaran los dedos y desapareciéramos, dejándoles “vivir en paz”, para no tener que superar obstáculos que les impidan explotar aquello por lo que pagan para explotar. La tierra y todo animal habitante de ella, sin dejar de incluirnos, serán explotados mientras no existan quienes lo impidan y hagan algo para que eso termine.
Durante años, hemos participado de la guerra del poder contra quienes se revelan. Han establecido leyes contra ellxs, han impuesto condenas, han dictaminado ejecuciones y las han llegado a cabo, han encarcelado y secuestrado, han inventado causas para declararles culpables o han impedido que se les defienda. Durante años ha sido el poder contra nosotrxs y nosotrxs contra el poder, en todas las formas que nos son posibles. Compañerxs han muerto o han sido asesinadxs, han cumplido grandes condenas o morirán tras las rejas mientras otrxs emprenden una partida sin principio ni final. No hay duda de que, aún cambiando de escenario, las cosas no dejarán de ser así. Y no es un pensamiento pesimista (pues esto no se enmarca en optimismo o pesimismo), si no un pensamiento aferrado a la realidad que escogemos a diario, en donde hay quienes tienen las de ganar y otrxs quienes deben perder. La ley nunca estará de nuestro lado, ni buscamos que lo esté; la única ley que nos gusta es la que no existe (si hasta la ley de gravedad molesta a veces), por lo que jamás tendremos que esperar a que venga a socorrernos, por el contrario, la guerra le esta declarada.
Mientras lxs hermanxs mapuches pelean por sus vidas en libertad igual como lo hacen cada mañana al despertar dentro de una celda nuestros y nuestras compañeros y compañeras que continúan en prisión y quienes solidarizamos con ellxs desde afuera en una prisión algo más grande, y mientras deseamos que a Diego y Gabriela les salgan alas, muchos otros hacen todo lo que quieren por mantener en pie el sistema carcelario junto a aquellos que disfrutan llevar su uniforme.
Mientras tú y yo sigamos sintiendo que no hemos hecho demasiado por nuestras propias vidas y la de nuestrxs compañerxs, es porque queda mucho por hacer y porque nunca dejarán de haber cosas por hacer. Sentir que nada ha terminado, que la sangre hierve, porque el amor por lxs tuyxs y por ti mismx nada podrá matarlo, porque el odio se trasforma en rabia y la rabia en pólvora.
Libertad a lxs compañerxs secuestradxs, aquí y en cualquier otro lugar del mundo.
Newen para lxs hermanxs mapuches. A Diego y Gabriela un abrazo y muchas plumas.
A lxs compañerxs que ya no están, nuestra memoria activa insurrecta.
"Cazaría de compas, secuestro de hermanos / No escatiman en castos pa’ enjaularnos.
Quieren vernos derrotados, tras sus rejas aislados / pero no muere el ansía de la Libertad."
(Sonhora de Atakar)
“¿Y yo? ¿Soy inocente? ¡Desde luego que no! Empuñé las armas conscientemente, fiel a las ideas en cuya justicia, en cuya desmesurada justicia, creo. Todo lo demás no fueron sino simples peripecias. El Estado me hizo pagar el precio más elevado por ese compromiso revolucionario, igual que todos mis camaradas, fuere cual fuere la acusación. Ya sabíamos a que nos arriesgábamos. Y lo teníamos asumido. Y no nos sorprendieron las sentencias. Lo que a mí me sorprendieron fueron las hipocresías jurídico-policiacas. Por supuesto que todo vale en la guerra antiterrorista y que las divisiones especiales disfrutaban de ese privilegio hasta extremos ridículo. ¡Ay, si quienes doblan la rodilla ante el sistema pudieran darse cuenta de hasta qué punto les salpica ese ridículo cuando se atreven a hablarnos de derecho y de la ley, de todo cuanto aromatiza su congénita arrogancia, de todo aquello de lo que se jactan en su "narcicista juerga"
Tenía ante mí al Juez, entronizado, con un grueso sumario delante. La secretaría se afilaba las garras. La maquinaria ronroneaba. Estaba programada. No cabía sorpresa alguna. La preguntas estaban ya escritas desde la víspera o desde esa misma mañana, antes que yo llegase. Y con pulsar una sola tecla ya quedaba escrita mi invariable contestación: "me niego a responder a la pregunta"
- ¡Me hago cargo, pero tenemos que terminar este mes!
Lo decía como si dijera cómete la sopa porque si no, no crecerás. Venga, otra cucharada por mamá. ¡Ya queda menos! Y me tenía reservada una cucharada de papel debidamente legalizado.
El jefe del cuerpo antiterrorista entró con su ayudante y una pareja de inspectores recién llegados al cuerpo. Dio la vuelta al escritorio y le dijo algo al oído al juez. Me lanzaba de reojo miradas de Maquiavelo de chica y nabo.
- Pasemos a otra cosa. ¡Comisario, que entre el testigo!
Un hombre de unos sesenta años, con al gorra en mano, dio un paso o dos en al sala y exclamó:
- ¡Es él! ¡Es él! ¡Lo reconozco perfectamente, mide 1,69!
¿Tenía dotes visuales de agrimensor para calcularme la estatura mientras estaba sentado?
- ¡Es él!
- Me doy por enterado. Pero empecemos por el principio.
El juez iba a montar la escenificación jurídica del falso testimonio. Todo el mundo sabía en al mesa de qué iba aquello, la policía, el juez, la secretaría, los gendarmes… ni uno frunció el ceño al ver tamaña prevaricación. Nadie dijo: ¡No, la justicia no es esto! Los estaba observando. Los gendarmes seguían imperturbables en su papel de perros guardianes. El juez se afanaba en hacer creíbles las vituperaciones de aquel miserable. La policía me sonreía y me guiñaba el ojo, como quien acaba de gastar una broma estupenda.
Luego, durante los juicios, las secretarías de la prefectura de policía que perpetran las crónicas de sucesos recogieron la antorcha para la veracidad mediática al testigo de cargo de la acusación. Todo funcionaba divinamente. Ni un rodamiento se trababa. La espléndida maquinaria zumbaba bajo los artesonados encerados. Todo el mundo cumplía con su cometido a la perfección. Ninguno de los amaños del sumario me convierte en culpable; pero tampoco en inocente. En última instancia, me importan un carajo los melindres judiciales. No tienen nada que ver conmigo. No dejan de ser un diálogo tonto de la sociedad o, más bien, el monólogo del poder dominante, el sermón de la antiquísima Propaganda en la barandilla de la sala del juicio.”
Jean-Marc Rouillan es un activista anarquista francés y escritor, miembro fundador del grupo armado Action Directe que fue condenado en 1987 por la justicia francesa a prisión perpetua por su participación en el asesinato del director general de Renault, Georges Besse, y del general René Audran. Activista antifranquista que además durante los años 70’s participó en España en la creación del Movimiento Ibérico de Liberación (MIL) y de los Grupos de Acción Revolucionaria Internacionalista (GARI), organizaciones de agitación armada que formaron parte del movimiento obrero clandestino antifranquista en el área de Barcelona y en el sur de Francia.
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