N. de R. El verano... el calor... las vacaciones... todos los medios de comunicación del capital machacan con lo mismo, mostrando panoramas para visitar dentro y fuera de chile, invitando a "olvidarse" por unos días de las obligaciones cotidianas y escaparse a un merecido descanso. Un montón de trillados lugares comunes que prometen sólo sucedáneos de felicidad, y sin que se nos vaya a ocurrir descansar sin consumir alguna despreciable mercancía, viajando con el teléfono celular o el computador portátil (en el caso de los asalariados de más altos ingresos) para que los esclavos modernos no vayan a desconectarse y olvidar los beneficios del mundo actual. Así que un paquete de vacaciones por aquí o un viajecito por allá, para los más afortunados, o algún panorama especialmente diseñado para los de peores ingresos, los proletarios con varios hijos y escaso salario. Y el Estado y el Capital organizan festivales de teatro (incluso callejero y popular!!), actividades culturales variadas, festivales de cine, del libro, llegando incluso a regalarnos gratuitamente un poco de arte, por obra y gracia de alguna compañía de artistas progres y alternativos, integrada a los círculos del poder. Y la idea es que los esclavos asalariados renueven sus energías y sigan trabajando el resto del año luego de "descansar" un par de semanas a lo sumo, para así seguir generando ganancias a los capitalistas y aceitando la máquina de la producción y el consumo, la valorización de los capitales, que no descansa ni en vacaciones, ya que hoy el sistema se asegura que en ningún momento dejemos de consumir... Así que adelante con el antiguo Pan y Circo, pero con el pan cada vez más escaso y el circo (de una mediocre calidad) de mal en peor. La cosa es que no se nos vaya a ocurrir pensar por nosotros mismos, no vayamos a alegrarnos con sólo caminar con los pies descalzos por la arena, olvidándonos del maldito calendario, no vayamos a darnos cuenta de que trabajar para enriquecer a algún burgués no tiene ningún sentido para nuestra propia vida, no vayan a desear los más marginales del sistema los bienes y mercancías que atestan las tiendas y rebosan en las vitrinas, y están al alcance de la mano o de una piedra... Llenemos las calles con obras de teatro, con fiestas electrónicas, con música imbécil producida en serie, con películas gratuitas al aire libre o con cualquier otra mercancía, tan innecesaria como las miles de falsas necesidades actuales que nos vende la publicidad, sin preocuparnos por satisfacer nuestras verdaderas necesidades humanas, las que sólo podremos imponer a través de la destrucción de todo lo existente.
El texto que reproducimos a continuación es un fragmento del sorprendente "Discurso sobre la servidumbre voluntaria", de Esteban de La Boétie, escrito en... 1548. No, no es una mercancía fresca y actual. Pero sabemos que los compañeros que leen nuestro blog no andan buscando baratijas.
Sobre la servidumbre voluntaria (extracto)
La Boétie
Mas, volviendo al asunto de que inadvertidamente me había separado, digo que la causa principal de constituirse los hombres voluntariamente esclavos, consiste en que nacen siervos y son educados como tales; y de ahí se origina otra consecuencia, a saber: que los hombres fácilmente se vuelven, bajo los tiranos, afeminados y débiles; cuya verdad garantiza Hipócrates en su obra titulada: De las enfermedades. Este padre de la medicina tenía un corazón bien formado, y así lo manifestó a Artajerjes que le envió llamar con ofertas y presentes, contestándole francamente con las siguientes palabras: "Que su conciencia permitía hacer uso de su ciencia para curar a unos bárbaros que querían hacer perecer a los griegos y servir a quien pretendía avasallar a su patria". Esta respuesta se halla aún hoy día en sus obras, y es un documento que eterniza la bondad de su corazón y la grandeza de su índole. Ha pasado ya a ser un axioma que a la pérdida de la Libertad es consiguiente la del valor , y que el vasallo no conoce ni la alegría ni la serenidad en los combates. Precisados a marchar como atados frente al peligro, caminan como aturdidos, torpes y violentados; en su corazón no arde aquel fuego que enciende el amor a la Libertad; aquel entusiasmo que hace despreciar los riesgos y dan ganas de acceder al honor y la gloria con una bella muerte entre los compañeros. Los hombres libres se disputan la preferencia en pelear por el bien general, porque en él hallan vinculado el interés particular: todos quieren tener su parte, en la derrota como en la victoria. En cambio, los esclavos desconocen el valor guerrero; no tienen energía y su corazón pusilánime no es capaz de abrazar grandes empresas. Harto conocido es esto por los tiranos, quienes, prevaliéndose de la debilidad y abatimiento de sus súbditos, no perdonan ningún medio para acobardarlos y envilecerlos.
Jenofonte, historiador circunspecto y que ocupa el primer lugar entre los griegos, compuso un tratado en el cual introduce a Simónides hablando con Hierón, rey de Siracusa, sobre las miserias del tirano; obra llena de útiles y sólidas demostraciones y en la que sobresale cierta gracia particular. ¡Ojalá que los tiranos de todos los siglos la hubieran tenido presente y se la hubieran puesto ante los ojos como con un espejo! en la fealdad de sus pecas, hubieran reconocido el oprobio de su conducta. En este tratado describe Jenofonte los remordimientos que devoran a los tiranos que al perjudicar a todos; a todos deben temer. Entre otras cosas refiere que los reyes malos se valen comúnmente de tropas extranjeras y mercenarias, porque no se atreven a poner las armas en manos de aquellos a quienes han injuriado. (No han faltado empero, buenos reyes, que en ciertos casos se han valido de extranjeros asalariados para economizar la sangre de sus súbditos, afianzados en la máxima de que debe prodigarse el dinero con tal de conservar la vida de sus gobernados. Escipión el africano prefería salvar la vida a un solo ciudadano a derrotar cien enemigos). Más el tirano no cree asegurado su trono mientras tenga un solo súbdito de cuyas virtudes y valor pueda recelar. Y así con razón se le puede aplicar lo que Traso en Terencio echa en cara al conductor de los elefantes: "Por eso, tan valiente como fueras, te encargan el criado de las fieras".
A este maquiavélico recurso de embrutecer a sus súbditos apeló también Ciro contra los lidios, cuando se apoderó de Sardes su capital, rindió a Creso, su rico rey, y se lo llevó cautivo. Dijéronle un día que los sardenses se habían sublevado. Pronto quedaron sujetos, bajo su mano. Pero no queriendo recurrir al saqueo de tan bella ciudad, ni al mantenimiento de una guarnición numerosa; por medios menos violentos y más seguros consiguió esclavizarles. Estableció burdeles, abrió tabernas, ordenó juegos públicos y destinó premios a cuantos inventasen deleites nuevos. Estas medidas llenaron de tal manera las miras del tirano, que no tuvo ya necesidad de desenvainar otra vez la espada contra los lidios, quienes en muy poco tiempo se divirtieron inventando toda clase de juegos, hasta el punto que de la palabra Lidi sacaron Ludí los latinos, que equivale entre nosotros a la palabra pasatiempo, para recordar a la posteridad la antigua capital de los lidios. cierto que no todos los tiranos han declarado tan explícitamente como Ciro sus deseos de afeminar y pervertir a sus vasallos; pero también lo es que casi todos han recurrido siempre a tan maquiavélica táctica aunque no lo hayan declarada expresamente. En verdad, que esto es conocer el carácter del populacho, y por desgracia la clase más numerosa fácilmente sospecha de los que le aman, al paso que se entrega con la mayor sencillez al que le engaña. No es tan fácil el pájaro en dejarse coger por el reclamo, ni el pez en caer al anzuelo como lo es el pueblo en dejarse seducir; maravilla ver cuán pronto se dejan ir al menor halago que se les dispense. Teatros, juegos, farsas, espectáculos, gladiadores, animales extraños, medallas, cuadros, etc, fueron para los pueblos antiguos los incentivos de la esclavitud, el precio de su libertad, los instrumentos de la tiranía. Alucinados los pueblos, cebados en pasatiempos frívolos y hechizados por vanos placeres, se acostumbraron paulatinamente a ser esclavos con mas facilidad pero peor, como los niños que aprenden a leer por el atractivo de las estampas que contiene el libro. Los tiranos de Roma apelaron también a otro recurso, cual fué multiplicar las decurias públicas, donde se entregaban a los excesos de la gula: el romano más prevenido no hubiera dejado su taza de sopa a cambio de la libertad de la república de Platón. En las frecuentes distribuciones de trigo, de vino y hasta de dinero, contestaba el pueblo con descompasados gritos de ¡Viva el Rey! ¡Imbéciles! No se daban cuenta de que con aquella falsa generosidad no hacían más que recobrar una mínima parte de lo suyo y que el tirano no se lo hubiera podido dar si antes no se lo hubiera usurpado. Hombre había que recibiendo hoy un sestercio y hartándose en los festines públicos hasta más no poder, bendecía la generosidad de Tiberio y Nerón sin reparar que al día siguiente se vería en la dura precisión de abandonar sus bienes, sus hijas y hasta su propia sangre a la avaricia, a la lujuria y a la crueldad de aquellos soberbios emperadores, cuyos atentados sufría sin prorrumpir en la menor queja. El populacho siempre es el mismo: se entrega con pasión a los placeres que no puede disfrutar sin comprometer la dignidad de su ser, y es insensible al daño y al dolor que no puede soportar sin envilecerse. ¡Quién no se estremece todavía al oir el nombre de Nerón, monstruo feroz que se complacía en derramar la sangre de los hombres! Con todo, después de su muerte, tan abominable como su vida, el noble pueblo romano tuvo tal disgusto al acordarse de las fiestas y banquetes que perdía, que nada le hubiera costado vestirse de luto en prueba de su dolor. Así lo ha escrito Cornelio Tácito, autor grave y fidedigno si los hay; mas nada debe extrafiarse de un pueblo que practicó otro tanto en honor de Julio César, cuyo mérito tan solo consistía en una humanidad calculada y egoísta, bajo cuya sombra invadió las leyes y la libertad. Y en verdad que su venenosa dulzura fue más perjudicial y terrible para el pueblo romano que no lo hubiera sido la crueldad del mayor de los tiranos, porque con ella ocultó la amargura de la esclavitud. Mas a este pueblo le parecía gustar aún de sus banquetes y gozar de sus prodigalidades; así que se apresuraron a recoger sus cenizas y a levantarle una columna como padre de la Patria (así lo decía la inscripción); dispensándole los honores que a ningún hombre habría dado salvo a sus asesinos.
Tampoco olvidaron los emperadores romanos el apropiarse del título de Tribuno del pueblo, ya porque este cargo era mirado como santo y sagrado, ya porque se habla establecido en defensa y protección del pueblo; por este medio se aseguraban la confianza de los romanos, como si bastara con oir el nombre sin percibir los efectos.
No son menos perjudiciales hoy en día los que cometen toda clase de daños a la sombra de las frases lisonjeras de bien común y felicidad pública, halagando con ello al pueblo. A esto se llamarla engañar con finura, si pudiera haberla en donde domina el descaro. Los reyes asirios y medos raras veces se presentaban en público, formándose la idea de que no siendo vistos del populacho, llegaría éste a tenerlos por algo más de lo que eran; ocupando de este modo la imaginación del vulgo, que creía tanto más en cuanto la vista. no podía enjuiciar. Y así es como tantas naciones que estuvieron bajo el dominio de los reyes de Asiria, se acostumbraron con este misterio a una servidumbre voluntaria, al no saber qué dueño tenían y averiguando difícilmente si realmente lo tenían; venerando todos con respeto sagrado a un soberano que nadie había visto. Los primeros reyes de Egipto no se presentaban jamás en público sin llevar un ramo o una luz en la cabeza, enmascarándose así y haciendo el payaso, y con la rareza de la cosa excitaban el respeto y la veneración de sus vasallos; ya que unas gentes menos ignorantes y serviles, no hubieran dejado de mirarlo como un pasatiempo digno tan solo de provocar la risa. Causa compasión, en verdad , oir hablar de cuantos arbitrios y ridiculeces se valieron los tiranos para consolidar su tiranía; valiéndose de tantos pequeños medios, sabiendo que trataban con unos pueblos tan ignorantes y estúpidos que, por mal que se les tendiera el cebo, caían en él, siendo más fácilmente engañado y sujetado cuanto más se burlaban de él.
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